martes, 27 de noviembre de 2012

Recuerdos de un asesino.


Hoy os quiero presentar una historia que realmente pone los pelos de punta y suscita muchas cuestiones acerca de ciertos procedimientos judiciales, policiales y psiquiátricos.

Es la historia de Sture Bergwall, alias "Thomas Quick". Bergwall es un sueco que lleva 25 años internado en un hospital psiquiátrico de su país por diversos líos con la justicia y una importante adicción a varias sustancias.

Ésta fue la causa de su ingreso inicialmente, pero durante todos estos años, Bergwall ha ido confesando multitud de crímenes (hasta treinta y dos). Entre ellos asesinatos, secuestros, violaciones de jóvenes y niños... Todos esos crímenes iban siendo confesando uno por uno, con gran lujo de detalles según los investigadores y terapeutas que trabajaban con Bergwall.

De todos estos atroces crímenes confesados, Bergwall sólo pudo ser condenado por ocho de ellos, debido a la falta de pruebas concluyentes y a que algunos de esos crímenes ya habían prescrito.

Según sus terapeutas del centro psiquiátrico, Bergwall, tras cometer esos crímenes, había ido reprimiendo los recuerdos como estrategia de defensa psicológica ante semejante realidad. Por ello, fue necesario ayudarle a sacar esos recuerdos de su mente mediante una combinación de fármacos (benzodiacepinas, principalmente, un potente desinhibidor) y terapias psicológicas basadas en la recomposición del relato de esos crímenes.

Gracias a esta maravillosa intervención del equipo psiquiátrico y forense, Bergwall pudo recordar (tras algunos intentos fallidos) los detalles de sus macabros crímenes. Bien. Caso resuelto.


Sin embargo, como imaginaréis, la cosa no quedó ahí. En el año 2008, un periodista sueco llamado Hannes Rastam, tras diversas investigaciones y conversaciones con Bergwall, sacó a la luz la verdad. Durante 20 años, Bergwall había estado confesando crímenes que en realidad no había cometido.

Con la ayuda de los terapeutas e investigadores, había ido dando forma a cada una de esos "recuerdos" que en realidad no existían en su mente. Con razón los profesionales que le ayudaban a reconstruir esas historias necesitaban darle vueltas a la confesión, y sugerirle detalles que quizás "estuviera olvidando" o "no recordara con claridad".

Todo inventado. Pero...¿por qué?

Cuando le preguntan al propio Bergwall sobre la razón de estas confesiones falsas, él contesta: "me daban a cambio fármacos, y mucha atención. Además, los fármacos cada vez me desinhibían más. Empezó como una pequeña mentira que se convirtió en una gran mentira."

Bergwall asegura además, que a medida que confesaba, los médicos e investigadores le prestaban mayor atención, dedicándole horas a sus terapias de "reconstrucción de recuerdos". Y a mayores confesiones, mayor necesidad de fármacos.

Poco a poco iba informándose sobre diversos crímenes sin resolver acaecidos durante los últimos años en la zona, y empezaba sugiriéndole a los médicos que podría haber sido él el asesino. Cuando tenía captada su atención, sólo tenía que dejarse llevar por las preguntas confirmatorias de los investigadores, y fijarse en sus reacciones para saber si iba por buen camino en la confesión de los hechos. Todo esto bajo el poder desinhibitorio de las benzodiacepinas.

Evidentemente, ante una confesión final tan detallada y clara, algunos jueces no tenían ninguna duda a la hora de condenarle por los crímenes.


Aparte de lo curioso de la historia, me gustaría lanzar una pequeña reflexión sobre el peligro que tiene (sobre todo en ciertas profesiones y ámbitos) la necesidad de comprobar, confirmar y resolver determinados hechos, intentando llegar al fondo del asunto, cueste lo que cueste, y utilizando los medios que sean necesarios.

¿Hasta dónde somos capaces de llegar por conocer la "verdad"? ¿Cuánto estamos dispuestos a aceptar a cambio de que, aquello que creíamos, se confirme? ¿Dónde acaba nuestra profesionalidad y empieza el afán por confirmar nuestras creencias, y demostrarles a todos que teníamos razón?

Y cuando entran en juego los trastornos mentales o la adicción a sustancias, ¿cómo de cuidadosos debemos ser antes de juzgar lo que es o no verdad? ¿Quién o quiénes deben decidir hasta qué punto una persona es totalmente libre al confesar determinados hechos, o está presionada para hacerlo en determinada dirección?

Y por último, en este tipo de casos, ¿quién es el responsable de semejantes errores? ¿el confesor mentiroso? ¿los investigadores y psiquiatras? ¿el sistema judicial?


*Por si queréis conocer más detalles, os dejo un pequeño vídeo con una entrevista a Bergwall, y además AQUÍ tenéis el reportaje completo que ha realizado Joseba Elola para El País.




lunes, 19 de noviembre de 2012

Gaza: el conflicto de lo complejo.


Ya que estamos en racha con temas controvertidos y de actualidad, hablemos del conflicto Palestina - Israel.

No sé si a vosotros os pasará, pero a mí normalmente cuando escucho, leo o me informo sobre este tema, me da una pereza terrible. Sobre todo, porque carezco de la información y la formación necesarias para poder decidir a favor de quién estoy, si me caen bien o mal unos y otros, si el conflicto debe acabar de tal o cual forma.

Se trata, sin duda, de uno de esos temas sobre los que todo el mundo opina, pero muy pocos informan de verdad, de la realidad. Quizás porque la realidad esté tan polarizada y complejizada que resulta imposible ser objetivo e imparcial.

Por eso, no os toméis esto como una declaración de apoyo a unos u otros. No lo tengo claro, ni creo que lo tenga nunca. Dicho lo cual, paso a exponer algunos datos que sí conozco. Y cada uno que juzgue y vaya creando o alimentando su opinión.

En primer lugar, el pueblo judío "obtuvo" el actual territorio de Israel con la firme convicción de que Yahveh (el dios de Abraham, el mismo Dios de los cristianos, y Allah para los musulamnes) les prometió esa tierra y por tanto debía ser suya. Se la merecían como pueblo, habían sufrido mucho a lo largo de la historia, lejana y reciente, y nadie podía arrebatarles lo que el mismo Dios les había prometido.

Por el otro lado, nos encontramos con un territorio musulmán donde han ido surgiendo conatos de ideologías más o menos radicales y fanáticas. Entre ellas, la actual Hamás, organización que se declara yihadista, nacionalista e islámica, y cuyo principal objetivo es recuperar el territorio perdido de Israel por todos los medios, incluida la violencia.

Para mí, ese es el núcleo del conflicto. Luego habrá miles de peculiaridades, condiciones, conflictos surgidos del conflicto...pero nadie puede negar que se trata de un conflicto territorial entre dos partes fuertemente influidas y motivadas por su condición religiosa.

Pero personalmente, creo que los que más están sufriendo son los de siempre. La población inocente y empobrecida de un territorio, la franja de Gaza, donde actualmente conviven un millón y medio de personas en una extensión de unos 360 kilómetros cuadrados (40 km de largo por 9 km de ancho).

Esta población, actualmente, se encuentra con una situación de bloqueo llevada a cabo por Israel con el apoyo de Estados Unidos. Un bloqueo que no pretende matar de hambre a los gazatíes, pero sí ponerles a dieta.

Una dieta que, según Jonathan Cook, un periodista que se basa en los informes de Israel, funciona de la siguiente manera: “Funcionarios de salud ofrecieron cálculos de la cantidad mínima de calorías necesarias para que el millón y medio de habitantes de Gaza evitaran la desnutrición. Esas cifras fueron luego traducidas a los cargamentos de alimentos que Israel permitiría que ingresaran cada día. Un promedio de apenas 67 camiones –mucho menos de la mitad del mínimo requerido para evitar la desnutrición– entraría en Gaza diariamente. Esto comparado con más de 400 camiones antes de que empezara el bloqueo”.

Además, la OPPS (Organismo de Obras Públicas y Socorro de Naciones Unidas) asegura que Israel prohíbe realizar obras que serían necesaria para el adecuado tratamiento de las aguas residuales de la franja de Gaza. Sin esas obras, calculan que la franja de Gaza sería inhabitable en el año 2020.

Sólo son algunos ejemplos de cómo la población que habita en esa tierra sufre las consecuencias de un conflicto que mucho de ellos ni siquieran vieron nacer. Posiblemente muchos de los que perpetúan y alimentan el conflicto tampoco lo vieron en sus inicios. Sin embargo sigue ahí, y cada vez con más fuerza.

Sigo considerándome un verdadero ignorante de lo que pasa allí, y por supuesto de la solución que debería darse; pero no me gusta pensar que razones ideológicas y religiosas puedan hacer surgir y alimentar conflictos tan devastadores. Cualquier ideología que permite y favorece esto no es una buena ideología.



*Para saber más: Noam Chomsky - Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

De la huelga.


Me cuesta tanto trabajo escribir sobre el tema del día que no sé por dónde voy a empezar, y me da la sensación de que voy a terminar hablando de cosas que poco o nada tienen que ver con la huelga. Aún así voy a intentarlo.

Con el paso del tiempo, uno se va acostumbrando a la habitual guerra de opiniones que surgen cada vez que se convoca una huelga, manifestación, marcha o concentración de protesta. Poca diferencia hay entre los comentarios que podíamos leer o escuchar el pasado 29 de Marzo y los de hoy. Y alguna diferencia más, pero tampoco excesiva, con los que podíamos leer los días posteriores al 15 de Mayo de 2011, o al 25 de Septiembre de este año.

Y hay de todo tipo. A favor, en contra, apoyando, justificando, insultando, agrediendo, incitando, malhumorando, motivando, acusando... en unas direcciones y en otras. En muchas direcciones.

Todos los que estéis leyendo esto estáis a un sólo click (http://www.twitter.com) de tener en vuestra pantalla una cantidad infinita de comentarios, opiniones y reflexiones acerca de la protesta de hoy.

Al final se reduce a lo de siempre: unos tirando piedras contra otros, que las recogen del suelo y se las vuelven a lanzar. Vale, hay muchos "bandos", muchos "colores", muchos "motivos". Diferentes y respetables. Pero cuando acudimos a las redes sociales, los periódicos o la televisión, parece la misma historia de siempre.


Hoy, cuando estaba en la manifestación apoyando la huelga general, iba delante de mi un grupito de personas de edades distintas: dos niños, dos o tres mujeres adultas, un señor mayor y otro algo más joven. Todos ellos sin pegatinas, ni banderas, ni nada que les identificase como partidarios de nada en especial.

Una de las mujeres llevaba una bolsa de pipas de la que iba comiendo tranquilamente a medida que caminábamos con la manifestación. En un momento dado, se ha girado y me ha visto mirar a la bolsa de pipas con cara de hambre (hambre que tenía, era la hora de la merienda...). En ese momento, me ha sonreído, se ha acercado a mí y me ha dicho: toma, mi niño. Me ha dado un puñado de pipas, se lo he agradecido con cara de sorpresa, y hemos seguido manifestándonos.


Hay una parte de todas estas cosas, de las manifestaciones, las marchas, las protestas; que nos perdemos si nos quedamos en casa mirando las 3 pantallas (movil, TV y ordenador). Podemos estar totalmente informados, y al minuto, saber cuántos porrazos ha dado la policía y cuántos contenedores han ardido, y si eran de papel, plástico o vidrio. Podemos escuchar en directo los gritos de los manifestantes y al segundo escuchar también las declaraciones del político de turno valorando lo sucedido.

Sin embargo, nos estaremos perdiendo la compañía de miles de personas que, estén o no de acuerdo contigo (que no lo van a estar en todo, sólo faltaría) caminan a tu lado. Puedes mirarlas, tocarlas, sonreir a aquellas que veas más tristes, saludar a aquellas que crees conocer. Puedes escuchar sus conversaciones, lo que les inquieta, lo que les preocupa, lo que les alegra. Puedes escuchar sus risas, y compartirlas. Puedes observar sus caras, sus movimientos, sus miradas. Vivir ese momento con todos ellos sin sentirte cohibido en absoluto.

Poco tiene que ver con política el disfrutar de la gente. Y en pocas ocasiones tenemos la oportunidad de disfrutar así de la gente, de las personas. Me cuesta imaginarme que un día normal, al ir caminando hacia la facultad, una señora, la misma de esta tarde, se parara junto a mí y me ofreciera un puñado de pipas. Así, sin más.


Aunque sólo haya sido por eso, me alegro de haberme manifestado esta tarde junto a esa señora y su familia. 

martes, 13 de noviembre de 2012

Codicia: ¿innata o aprendida?


Hace unos días, algunos amigos y yo nos embarcamos en una acalorada conversación sobre los sistemas políticos, sobre el comunismo, el capitalismo, sus aciertos, sus errores, y sobre sus posibilidades.

Cada uno desde sus opiniones y creencias, llegamos planear un buen rato sobre una interesante cuestión: ¿somos codiciosos y acaparadores de forma innata, o hemos nacido en un sistema que nos educa para serlo?

Vayamos por partes, porque la cuestión tiene miga.

En primer lugar, hablamos de la posibilidad de que cada persona, en una sociedad hipotética, fuera capaz de vivir con lo que NECESITA, sin pedir nada más. Y cuando hablamos de lo que necesita cada individuo, se entiende que CADA PERSONA decide lo que necesita, y lo pide al gobierno. Y se le da.

Una de las condiciones de esta sociedad hipotética es que la educación, tanto formal como informal (véase medios de comunicación, publicidad, etc.) promueva unos valores de solidaridad, de igualdad, de comunidad... favoreciendo que, desde pequeños, los ciudadanos y ciudadanas vivan de acuerdo con esos valores. Que esos sean los valores que se promuevan desde todos los ámbitos de la vida.

Y digo PROMUEVA estos valores. Que no los imponga el gobierno, ni los exija, ni vayan en contra de la voluntad de los ciudadanos.

Con estas condiciones, con estos valores enraizados en lo más profundo de la sociedad... ¿sería posible que la gente viviera con lo que necesita, sin pedir más? ¿o acaso hay una condición humana interior, innata, que más tarde o más temprano acabará saliendo, y que nos hará pedir más de lo que necesitamos?


¿QUÉ OPINAS TÚ?


Evidentemente, esto hay que imaginárselo, muy hipotéticamente, y en una sociedad que históricamente haya crecido con estas condiciones y valores. No hablamos de cortar ahora por lo sano y hacer este "experimento". Está claro que no funcionaría.


Quizás porque llevamos tantos años, tantas generaciones, creciendo en un sistema competitivo, alimentándolo. Un sistema que pone por delante los intereses del "yo" antes que los intereses del "nosotros".

Y no sólo participan de esto las grandes multinacionales, la publicidad o los medios de comunicación. Nuestra forma de enseñar, de educar y formar a nuestros niños y jóvenes favorece la competitividad como un valor indispensable para la vida actual. MIS intereses, MI beneficio, MI bienestar, por encima de cualquier otra cosa.

No sé bien cómo terminar esta reflexión, porque no hay una conclusión final, clara y global, a la que pudiéramos llegar. Sin embargo, hay matices, hay pequeñas esperanzas, islas que surgen de vez en cuando en el mar globalizado donde vivimos.

Una de ellas os la dejo a continuación. Quizás os sirva para iluminar un poco esta reflexión. A mí por lo menos me ha abierto los ojos en cuanto a mi forma de ver la educación. No tiene desperdicio, dura un par de horas pero podéis verlo a cachitos. Guardáoslo en favoritos para esos ratos que no sabéis qué hacer frente al ordenador.


Disfrutadlo, ¡y no dejéis de comentar lo que pensáis!

sábado, 10 de noviembre de 2012

Paz es Paz.


"Acuerdos de Paz no son Paz. La desmovilización no es Paz. Elecciones o juicios por crímenes de guerra tampoco son Paz. Incluso, irónicamente, algunas veces pudieran ser percibidos como disparadores del conflicto. La Paz es un desafío cotidiano."

Estas palabras, de la presidenta del International Crisis Group, Louise Arbour, cuanto menos nos invitan a vivir la Paz de una forma cotidiana, personal, imbuída en nuestro estilo y ritmo de vida.

Porque la Paz no es un estado, ni una opción, ni un acuerdo. No sólo. La Paz es una forma de vivir, de relacionarse y de gestionar los conflictos que se lleva a cabo cada día, en cada ambiente y con cada persona.

Lo más curioso de la Paz es que, además, es contagiosa. Gestos de Paz cotidianos, aparentemente insignificantes, precipitan otros gestos de Paz de forma encadenada, impredecible, casi maravillosa. No estoy hablando de grandes cadenas como la famosa "Cadena de favores"; hablo del señor que cada mañana pasa por la puerta de su vecino intentando no hacer ruido porque sabe que se acostó hace poco; hablo de los niños que van a buscar a ese chaval marginado a la esquina del parque para ofrecerle jugar un partido con ellos; hablo de la chica que avisa a sus compañeros de clase de que habrá examen la semana siguiente.

Hablo de ellos, y de las consecuencias, casi imperceptibles, silenciosas, que tienen esas actitudes de Paz en la convivencia y la felicidad de la gente que nos rodea.

Y los conflictos tambien son Paz. O al menos pueden serlo casi siempre. La paz existe en todos aquellos procesos conflictivos donde se alcanza el máximo bienestar o satisfacción de necesidades posible para ambas partes. 

No el máximo para una de las partes. Eso es victoria, eso es ganar, eso es violencia. Porque por definición, la violencia significará que se dan soluciones menos adecuadas para personas o grupos dentro de las posibles elecciones. Porque siempre hay elecciones. En la vida real, apenas hay conflictos sin varias alternativas.

A modo de reflexión final, me pregunto cuántas veces decimos que somos pacifistas, o que luchamos en favor de la Paz mundial (ojo, la Paz mundial, del mundo, de todos) y mientras tanto miramos mal a esa vecina que hace demasiado ruido, o intentamos sacarle unos eurillos menos al tendero de turno, o peleamos con uñas y dientes para conseguir el máximo beneficio propio. 

P.d.: Bienvenidos a este nuevo espacio de reflexión, opinión, divulgación y diálogo...espero que os resulte agradable la estancia.